martes, 5 de abril de 2011

Claustrofobia

¿Y que demonios era ese insoportable olor? Algún animalillo muerto seguramente, el cadáver de una pequeña rata descomponiéndose en la oscuridad. Las paredes sudaban agua rancia, el calor de su propio cuerpo se le hacía insoportable, el latir de su corazón le producía fatiga, nada calmaba el ardor de sus poros… y aquel olor nauseabundo, como… de curtir pieles de vacuno. La oscuridad, rayada por un haz luminoso finísimo, entraba por un pequeño resquicio del muro exterior, sin duda el calor había rajado la pared, ¿Su propio calor? La luz se proyectaba en el suelo, como un destello de la firmeza terráquea, una burla a la debilidad humana, una mueca hilarante del mismísimo destino. ¿Por qué estaba en ese repugnante, inmundo y tétrico lugar?¿Cuánto tiempo había permanecido encerrado y en penumbra?¿Había obtenido el honor de pertenecer al club de la demencia? ¿Acaso merecía una existencia de sórdida tortura solitaria? ¿Era primordial apartarlo de lo cotidiano y condenarlo a la incomunicación? Largo tiempo se había formulado estas preguntas, mientras sentía el calor apabullante, mientas se preguntaba por que estaba allí , mientras sentía la rudeza del suelo yermo en su cuerpo día tras día. Pero algo había cambiado ahora.Ninguna de estas preguntas era ahora una premisa fundamental.Si lo era sin embargo la forma de escapar. Y solo tenía dos formas de salir del nicho en que se encontraba. La primera no darse por vencido e intentar resistir a sabiendas de que era prácticamente imposible. O la segunda, dejarlo para siempre, sin que la materia corpórea de su propia anatomía se moviese de lugar. Perecer allí y escapar en espíritu. Sin duda eran dos opciones muy razonables…Pero, a pesar de que era una decisión difícil, suspiró y sonrío con aspereza:Tenía todo el tiempo del mundo para pensárselo.

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